lunes, 25 de febrero de 2013

Neftalina



Amigo mío:
(¿Podré todavía llamarte amigo? No sé. Tu número sigue en mi memoria para casos de emergencia, pero ya nadie me ayuda a decidir si los lunes sin tu piel pueden considerarse crisis.)
Ayer llovió. Sé que no te gustan los días lluviosos porque el gris te parece un color melancólico, y tú necesitas siempre seguridad bajo esa apariencia despreocupada y ruda que intentabas mantener cuando hablabas conmigo.  Recordé que a veces, mientras te veía perder la mirada en la lluvia, tus pupilas llegaban a parecer de plata viva. Nunca te lo dije, porque quería tu nostalgia oculta sólo para mí. Es extraño cómo el agua encharca las calles de la misma forma que nos encharca los recuerdos, que ahora acaricio con miedo a que se disuelvan y me hagan creer que nunca te vi morderte el labio al hablar de música. Me río cuando pienso en cómo enrojecían tus orejas al discutir, cuando intentabas que tu rock y tu dancehall sonaran antes que mi rap y mis canciones preferidas de jazz. En momentos como ése tus brazos zanjaban la cuestión rodeando mi cintura desde atrás, (tu voz en mi oído ha sido tu mayor composición). Aún así, mientras dormías te tarareaba en voz baja a Louis Armstrong para vengarme, y si alguna vez te diste cuenta, nunca lo supe. Me gustabas más pensando que me escuchabas en silencio desafinar sobre tu pelo.

¿Tu ropa sigue oliendo a mi perfume barato? De él ya tan sólo quedan unas pocas gotas. No me atrevo a gastarlo ni a comprarlo de nuevo; puede que esté destinada a encontrar otro olor que hacer mío, ya que ése se ha adherido a tu recuerdo. Mientras, me limito a mirar de reojo el poso de la fragancia que buscábamos cuando alguien pasaba por nuestro lado. ¿Vuelves a tener unos ojos que querer encontrar entre la gente? Una parte de mí se resiste a no tener derecho a que se me anude el pecho cuando una chaqueta parece la tuya. La otra espera que alguien pueda calentar tus dedos en su mejilla, porque no te gusta la sensación de muerte en las manos. Hace tiempo hallé un brillo en los ojos parecido al de los tuyos y le escribí algunas páginas, pero no llegué a dedicarle un perfume.

Cuando te extraño demasiado, recupero a Neruda de la estantería. Recito bajo el agua caliente su Canción Desesperada, porque sus Veinte poemas ya no hacen cosquillas como cuando los musitaba con la taza de café apoyada en los labios, mientras te veía guiñar los ojos con los primeros rayos de sol. Tampoco quiero recordar cómo decías que tu camisa era arte cuando la llevaba puesta yo por las mañanas, y me hacías regresar a la cama a base de mordiscos en los hombros y promesas sobre dormir hasta que se apagara el mundo. El tacto de tus calcetines sobre mis piernas todavía consigue protegerme de los monstruos, pero no de mí.

Pero ambos sabemos que tú ya no creas otros universos paralelos donde puedes besarme de mil formas distintas sin abrir los ojos. Ya no puedo respirar tranquila llamándote amigo, ni vas a volver a hacer bailar a cada una de mis terminaciones nerviosas con un simple roce bajo la mesa. Sería demasiado fácil contarte que te he olvidado, porque jamás has sabido encontrar una mentira si te la regalo riendo. 



Déjame, 
amigo,
hoy quiero estar triste
sin ti.

1 comentario:

  1. A ver, Mel, ¿fuiste tú quién me dijiste que "ay, no, escribes tú que a mí no se me da bien"? Me dan ganas de matarte. A besos.
    ¿Cómo puedes atreverte a decir eso? Jo-der. La siguiente vez lo hacemos al revés, ¿eh?

    ResponderEliminar