Su tristeza era
lluvia.
Decían que la
lluvia sólo alegraba a los locos
-pero quién no
iba a estarlo;
ella llevaba
zapatos grises y sonrisa de poeta-
aunque nosotros
jamás
(y, quien dice
jamás dice
todo el tiempo
que se te enreda en el pelo los domingos)
hemos sabido
comprender un paragüas.
Venecia nunca
te gustó inundada,
y a
veces,
entre el
tintineo de las copas contra la encimera,
se te escapaban
por los labios las luces que robas a París,
buscando
iluminar la oscuridad que,
-disculpa si
susurro, pero el vecino nos mira-
somos.
Me acostumbré a
verlas correr,
como si
persiguieran cometas de sombras
(las
mías)
por tus pómulos
de faraón tardío.
No te dije que
las robé para escribir versos,
y fuiste magia en
asonante,
porque tus lágrimas forman el Nilo,
pero con
más cauce.
¿Todavía, tras
tanto tiempo,
a
oscuras,
quieres
bailar?
He huido muchas
veces, muchas,
pero siempre se
me tropiezan los pies,
de esa forma
ridícula de payaso mudo,
con alguna
esquina de tu piel de nieve,
-hace años que
finjo
que no soy yo
quien nieva-
y me escuchas
despotricar contra el mundo,
sin apenas
inmutarte,
como si de
verdad emitiera algún sonido.
No me conoces,
pero casi,
y éso basta
para que te regale el otoño envuelto en periódico,
por si se
rompe,
porque yo sí sé
que te gustan las manchas de tinta sobre cada objeto,
(te cuentan
historias cuando duermes, y yo
no
duermo.)
Así que no
preguntes,
deja de mirar
por la ventana y vístete,
de
alegría,
o se nos va a
hacer tarde para quedarnos en casa,
oyendo cómo las
nubes golpean con timidez el cristal.
Déjalas,
no
estamos.
La tormenta se
acerca, pero tú quieres ver cómo el cielo,
un
caleidoscopio de rayos,
te electrifica
el pecho.
El mundo parece
existir febril durante unos instantes,
y pequeñas
hormigas con corbata empapada,
intentan poner
a salvo su desesperanza,
para el
invierno.
No sé si
recuerdas que una vez dije
que a veces yo
también tenía miedo de andar descalza,
por si no puedo
correr lo bastante rápido,
-tú preguntaste
hacia dónde,
y con boca de
hormiga, yo
respondí que a
casa-
Han pasado
años, y reconozco que no sé de qué casa hablo.
Sin embargo, he
pisado charcos en calcetines,
porque me
dijeron que era de locos,
y quiero que
sepas que quiero tu tristeza.
Ven,
a mí sí me
gusta que llueva
No hay comentarios:
Publicar un comentario