domingo, 11 de mayo de 2014

Carta desde alguien que ya no existe.


Tras toda tu rabia recién estrenada sigues guardando esa vieja inocencia tierna que un día me obligó a querer ser buena.

Ha pasado el tiempo, se ha detenido a mirarte, y habéis quedado para que te presente al verdadero monstruo.

Abre, soy yo.

Toda la tristeza del mundo se ha reducido a un silencio.
Está poblado de personas que mienten.

Tienes mucho que descubrir todavía, y hemos agotado el tiempo para volvernos niños unas horas. La mejor nota de despedida que puedo imaginar es enseñarte a temerme; quizá en otra vida vuelva para destrozártela, y necesitarás saber que también puedo decir la verdad.

A ti te preocupaba mi ausencia de palabras, que lo hiciera desaparecer todo bajo un silencio mágico que invirtiera los problemas en sonrisas vacías, sumergirte en una ignorancia que solo intenta protegerte.

La bestia que debes temer acalla los ojos y la piel. El mayor terror que crea es un contacto vacío con ojos ausentes, cubierto de risas y palabras que jamás significarán nada.

Mantente escuchando: mi risa tintinea en una frase alegre mientras has dejado de notar que hace días que no te miro a los ojos y tengo las manos frías.
Tú respiras tranquilo porque estoy hablando.

Bien es la palabra más pobre que hemos creado.

Entre nosotros todo está bien.

Respira.

Casi he huido, solo quería despedirme de la persona que he sido contigo. De la persona que has dejado de ser. Un día me sorprendí echándote de menos mientras me estabas abrazando; comprende que ya lo he perdido todo, tengo que irme aunque me quede aquí.

Puede que te haya mentido, quizá sea una nota de suicidio.

De todas formas tienes una voz preciosa: quédate en silencio y oye cómo te habla la piel cuando te brillan los ojos.

Te quiero y ojalá puedas perdonármelo.

Ya me he ido.

Puedo prometerte que no voy a volver; un día me enseñaste a ser buena.

Por fin lo he sido.

Contigo.

jueves, 1 de mayo de 2014

Danzas al viento

Las personas tenemos un problema terrible: necesitamos que nos quieran. Podemos sobrevivir sin llegar nunca a querer a nadie, ni siquiera a nosotros mismos, pero nuestra alma, firme fragilidad de la razón, acaba por marchitarse en silencio si no encontramos otra que, al menos una vez, nos tienda la mano con dulzura.
Perseguimos desesperados ese contacto desde que nacemos, revolviendo todas las vidas que nos tropiezan en su propio camino, buscando aquel cariño que encaje con la forma del nuestro y nos complete, aunque sea tan solo por unos instantes. Eso es lo terrible y maravilloso: de nuestra ternura nace el amor, y las personas dan un paso más tratando de alcanzarlo desde el principio, sin saber que es del amor de donde surge el dolor.
Yo busco el origen, la primera chispa del roce de dos cuerpos, el amor anterior al amor. Busco risas profundas y frescas con los ojos cerrados, alguien que camine junto a mí en un silencio apacible y se sienta lo suficientemente en paz como para discutir conmigo las pequeñas cosas. Hablar de cine y literatura, de comida y ciencia, y alergias, y familias, y tristezas, y sueños; y que las palabras más importantes no sean necesarias en voz alta. Que sea la revolución insumisa contra la rutina del mundo, que me haga sentir libre y libere todos mis pájaros de entre mi pelo para que vuelen a mi alrededor, y nunca me parezca bonito sino arte, y que como el arte se desligue de su forma y me haga sentir algo.
Yo no busco el amor, no busco un amante que me bese en una calle oscura, ni una caricia lenta por la espalda, ni un romance que provoque historias, ni a alguien que quiera esto mismo de mí. Pretendo descubrir un alma que le hable a la mía de poesía y de personas, -que a fin de cuentas es la misma cosa-, y que nuestro conocimiento mutuo no sienta necesidad del amor, sino que sea este quien nos necesite a nosotros cuando desee existir.            @MelanyButler