jueves, 1 de mayo de 2014

Danzas al viento

Las personas tenemos un problema terrible: necesitamos que nos quieran. Podemos sobrevivir sin llegar nunca a querer a nadie, ni siquiera a nosotros mismos, pero nuestra alma, firme fragilidad de la razón, acaba por marchitarse en silencio si no encontramos otra que, al menos una vez, nos tienda la mano con dulzura.
Perseguimos desesperados ese contacto desde que nacemos, revolviendo todas las vidas que nos tropiezan en su propio camino, buscando aquel cariño que encaje con la forma del nuestro y nos complete, aunque sea tan solo por unos instantes. Eso es lo terrible y maravilloso: de nuestra ternura nace el amor, y las personas dan un paso más tratando de alcanzarlo desde el principio, sin saber que es del amor de donde surge el dolor.
Yo busco el origen, la primera chispa del roce de dos cuerpos, el amor anterior al amor. Busco risas profundas y frescas con los ojos cerrados, alguien que camine junto a mí en un silencio apacible y se sienta lo suficientemente en paz como para discutir conmigo las pequeñas cosas. Hablar de cine y literatura, de comida y ciencia, y alergias, y familias, y tristezas, y sueños; y que las palabras más importantes no sean necesarias en voz alta. Que sea la revolución insumisa contra la rutina del mundo, que me haga sentir libre y libere todos mis pájaros de entre mi pelo para que vuelen a mi alrededor, y nunca me parezca bonito sino arte, y que como el arte se desligue de su forma y me haga sentir algo.
Yo no busco el amor, no busco un amante que me bese en una calle oscura, ni una caricia lenta por la espalda, ni un romance que provoque historias, ni a alguien que quiera esto mismo de mí. Pretendo descubrir un alma que le hable a la mía de poesía y de personas, -que a fin de cuentas es la misma cosa-, y que nuestro conocimiento mutuo no sienta necesidad del amor, sino que sea este quien nos necesite a nosotros cuando desee existir.            @MelanyButler

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