miércoles, 25 de diciembre de 2013

La coherencia es una de las palabras más graciosas del diccionario porque somos capaces de nombrar algo que no existe.


Estoy gastando en sonrisas las esperanzas que guardo bajo el colchón,
los ahorros de toda una vida de decepciones y golpes contra el mismo invierno,
pero la tristeza permanece enredada en mi pecho,
como la medalla de oro de un juego ilegal y peligroso,
una loca competición entre sombras para ver quién resiste más a oscuras.
Mis recuerdos son mi forma de hacer trampas, porque qué miedo puedo tenerle a la oscuridad
si el monstruo del espejo sólo me mira a los ojos al encender las luces.
Confieso que puede que ya tenga la cuenta de alegrías en números rojos,
pero endeudarme el alma en una mentira es una forma de morir
tan buena, como cualquier otra que deje dormir a mi madre por las noches,
mientras yo escribo,
(al amanecer, el humo ha llenado la habitación, pero mi respiración continúa vacía).

Esta situación no es de locos,
porque puedo asegurar que no somos capaces de mantener ni las situaciones,
pero es curioso el parecido que tiene con volarse la cabeza sobre la encimera
muchas veces
la tarde del estreno,
dejando una butaca vacía en un mar de gente que no atiende a la obra,
pensando en aquel irresponsable que se ha olvidado de ir después de pagar la entrada.
Aclaración: amar también es una forma de suicidio.
La sociedad está diseñada para pensar lo peor de todo en el menor tiempo posible,
así que si vamos a escandalizar, que sea haciendo mucho ruido,
aunque no puedan oírnos.

Y sí, estudiarnos la piel a cámara lenta es tan solo una excusa
para no tener que preguntarnos si nos dan miedo las alturas
justo cuando hemos recorrido la mitad de la caída libre.
La mejor forma de cicatrizar un mal trago
es pegarle siete a la botella antes de vaciarla sobre la herida,
incluso antes de notar el filo atravesar tus buenas intenciones,
porque las mías las llevo ya hechas jirones sobre las frases educadas,
y estaré muy jodida, sí, pero al menos también estoy borracha.
Me persiguen los susurros de las señoras mientras camino,
diciendo que llevo puesta muy poca hipocresía para lo falso que es este tiempo,
que se me ve toda la pena por detrás de las apariencias si doy un par de pasos,
y parece que voy buscando alguien con quien ser sincera, como una puta muy poética.

Lo mejor de todo es que no tengo ni idea de qué debo hacer,
apretando los puños de las mangas para fingir ser una persona normal,
mientras voy dando tumbos por los corazones de la gente que se acerca a olvidarme rápido,
sacando todos los miedos de los cajones de la seguridad interior,
y huyendo antes de tener que enfrentarme a ellos con los dedos vacíos,
porque éso se combate teniendo la mente en blanco,
y antes de un parpadeo ya estoy escribiendo en ella.


Puede que la Navidad me ponga triste porque no sé querer a nadie.

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