martes, 12 de noviembre de 2013

Iniciación al corazón mecánico.

 
La primera regla es que no tienes que leer ésto,
ni saber que existe,
ni querer que exista.
La segunda, es que no tienes que creerte nada,
porque te voy a decir la verdad
a medias
sin ligero,
para que se deslicen por mis piernas
como ya no lo haces tú.
La tercera tiene algo que ver con que no te quiero,
o que te odio.
"A ti,
por ser tú;
(joder, ojalá no lo fueras):
Me he prometido que no te iba a escribir nunca más, 
pero me he quedado sin chocolate puro 
y tú eres la segunda cosa menos dulce que se me ha ocurrido. 
No voy a decirte nada bonito, porque ésto es una desdeclaración de principios
y yo soy de finales
de cine negro.
Escribir es lo más parecido que conozco a volarse la cabeza con una pistola, y este folio todavía está muy blanco como para entender que tiene la culpa de todas las desgracias del mundo,
de la pena,
del suicidio,
de la muerte,
del colchón vacío,
del cielo gris,
del amor,
y eso es lo más aterrador.
Ni tú me querías, ni yo sabía cómo fingir que no me importaba
ser tu segundo plato frío,
tu número para aburrimientos de emergencia,
tu niña que volver mujer a base de malas noticias
de las que me tenía que enterar yo.
Creo que todavía no sabes ni en qué piso vivo,
y yo intento olvidar la contraseña de tu WiFi,
el color preferido de tu hermana,
y cuántas cucharadas de azúcar se echa tu madre en el café.
Voy a serte lo más sincera que puedo,
porque puedo poco:
siempre pensé que tenías una luz dentro, capaz de iluminar el mundo,
aunque jamás me diste un poco.
A veces robaba unos rayos en tus ojos cuando hablabas
y la voz te cambiaba tanto como el mar de noche;
parecía encontrarla entre dos caricias en las manos,
cuando te dejabas consolar, apretando los puños;
cuando me explicabas el por qué de ti, de ti entero,
y yo te creía porque eras bueno,
a solas,
siempre a solas.
A solas yo me corto los labios
practicando sonrisas.
Te odio casi como si en algún momento
me hubieras llevado en el manillar de la bici 
al borde de un infarto,
y te hubiera sentido sonreír contra mi mejilla
al gritar cuando casi nos mata un coche;
como si me hubieras convertido en un fantasma
del que dejaste de acordarte a las dos horas de estar sentada
observándote mirar tu ordenador sin que me vieras;
como si te hubiera despertado muchas veces envuelto en sábanas,
y me hubieras llamado aún durmiendo
"mamá, cinco minutos más" con la madurez aún despeinada;
como si hubieras silenciado mis palabras a besos
para no tener que oírme preguntarte
qué era lo que estábamos  haciendo;
como si te hubieras aprendido una canción de Sabina
sólo porque te dije que fue mi primera razón para escribir,
y tuvieras celos de sus versos;
como si te hubiera gritado toda la rabia que existe,
y me hubieras convencido a base de miradas al suelo
de que todo iría a mejor,
siempre a mejor,
que lo prometías;
como si hubieras señalado en el cielo constelaciones
que sólo se pueden ver desde Perú,
diciendo algo que no recuerdo, 
porque te estaba mirando inventarte el firmamento entero,
mientras yo hacía como si la Cruz del Sur se viera perfectamente.
Y te odio,
de una forma absoluta como el tiempo,
como si en algún momento, en otra vida,
en otra alma,
te hubiera preguntado si yo te hacía feliz,
y tú hubieras dicho
sí.
nunca me lo preguntaste a mí



Creo que lo que más miedo me da de todo,
es que he cerrado los ojos y he reconocido tu olor
incluso antes de que te asomaras por mi hombro. 
Que tus manos siguen siendo tus manos aunque no me toquen,
y eso es de ser muy hijo de puta.
Y podría regresar,
y dejar que fueras tú otra vez
conmigo,
si no fuera porque vives del dolor que creas
buscando algo de amor para llegar a fin de mes.
Para ti el amor es amor,
absoluto y puro,
sin personas, ni distinción, ni tristeza, ni dolor, ni sangre, ni sudor, ni lágrimas;
y al amor sin éso no vale la pena matarlo,
y yo sin muerte no lo quiero.
Después de todo,
sigues estando tú,
y tu risa,
y tu olor,
pero yo no."

1 comentario: