Desconocido mío:
A estas alturas, los lunes se han
enamorado ya de mí. Les he hecho un nido cerca de la estufa con todas
mis mantas viejas, porque siempre llegan a casa empapados de tus ojos y
me manchan el suelo de tristeza. Cuando escribo, consigo que se duerman
un poco y me dejen respirar (la habitación sigue oliendo a humo), pero
ya viven conmigo.
O soy yo quien vive en ellos.
No comprendo por qué sólo me enamoro de ti cuando el mundo huele a mojado, o tu camisa a loción para después del afeitado. Me aterra pensar que has encontrado a otra a la que mentirle diciéndole
que de verdad te afeitas, (te enfadabas cuando me reía de ti, pero
jamás te he visto más guapo que teniendo una barba de espuma blanca) o a
la que dedicarle excusas para esos pequeños cortes que aparecían en las
comisuras de tus labios. Espero que ella también te los bese para
ocultar la felicidad de saberte todavía mitad niño, pero tendrás que
enseñarla a adorar la forma en la que endurecías los abdominales para
fingir que no te dolían mis golpes. (Si es que existe, deberías
presentármela: tiene que saber quererte también cuando eres mullido.)
Tengo
muchas cosas que confesarte, y ambos sabemos que no voy a decirte
ninguna. Eres lo bastante listo como para saber que nunca voy a
encontrar a nadie que me rompa el corazón mejor que tú, porque jamás te
lo he dado del todo. Tenía miedo de que descubrieras que te he usado a
veces como sinónimo de todas mis musas, puesto que no soy capaz de
pensar en la seguridad sin imaginarme tus brazos, y jamás voy a
perdonarme por tus nudillos. Creo que tu madre nunca ha confiado en mí,
pero tu guitarra lleva mi nombre cuando la tocas enfadado, como si
hicieras gritar a la música hasta que me doliera a mí el pecho. Tienes
dos canciones terminadas y cuatro inconclusas,
y no creo que nada supere al timbre de tu risa vibrando en mi nuca.
Cuando no me matas, quererte me hace cosquillas en la punta del alma, de
una forma tan extraña que parece que me estoy muriendo. Es que me has
hecho llorar tanto que voy a empezar a sonreír de pena, y sabes qué poco
me gustan las sonrisas.
¿Puedes dormir por las noches? Tomas
tanta cafeína que no sé si me querías o sólo me dedicabas la adrenalina
de tus venas. He oído que hay quien mata los monstruos, o se enamora de
ellos, y a veces me arrepiento de haberte convertido en uno a ti. Quería
hacerte feliz (creo), y ahora sólo me quedo en silencio mientras al
otro lado de la línea te oigo golpear los muebles y cerrar de portazo tu
habitación. Cuando gritas se te quedan mudos los ojos, y no me atrevía a
contestarte que era éso por lo que arañaba las sábanas de madrugada,
(te mentía diciendo que soñaba con sombras que me arrastraban hacia el
fondo, y fieras con grandes colmillos. Y tú te quedabas más tranquilo.)
Así que me esperaré a que estés mirando otros ojos para escribir que
formas parte también mis pesadillas, porque cuando me da por pintarte de
poesías recuerdo qué manera más precisa tenías de quebrarme la voz con
una sola palabra. Yo te he dado mi invierno a cambio de que me dejes
conservar mi frío. Puede que seas el mejor monstruo que he creado para
que no me deje dormir.
Querría protegerte de mí misma, pero nos
tengo miedo. He oído cómo te quedabas dormido, y cómo acariciabas la
melodía con tus dedos. Te asusta la gente cuando aparece de la nada,
(siempre pones esa cara que obliga a reír cada poro de mi piel) y haces
hamburguesas caseras con exceso de picante, y aunque pierdes la mirada
en la pared con expresión sombría cada mañana, se te traban las palabras
cuando intentas decirme que esta noche estoy muy guapa. Verte apartar
la vista e intentar conservar tu indiferencia casi consigue que te
abrace.
Pienso que estamos bien juntos por separado.
Porque tú querrías borrarme las ojeras, y entonces no podría escribir. Yo intentaría calmar tu vacío, tranquilizar esa llama que te recorre la piel envenenándote los días de furia, que pierde tu tranquilidad y
la convierte en rayos de ira que a veces cruzan tus labios y tus
pupilas, y sé que no se puede. No sabrías besarme sin notar las heridas
de mis labios, y nunca dejaría que descubrieras que hay partes de mi
piel surcadas de infiernos. Podrías llegar a quererme sin que yo pudiera
evitar envolverte con mi niebla. Nos volvería inmortales en cada folio
porque estaríamos marchitándonos hasta reducirnos a los desconocidos que al cruzarse por la calle, recuerdan sus miradas.
Te he querido hasta el punto de odiarme.
Y, desconocido, mis lunes están lloviendo por ti
otra vez.
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