domingo, 28 de abril de 2013

Los monstruos también tienen frío.

Desconocido mío:


A estas alturas, los lunes se han enamorado ya de mí. Les he hecho un nido cerca de la estufa con todas mis mantas viejas, porque siempre llegan a casa empapados de tus ojos y me manchan el suelo de tristeza. Cuando escribo, consigo que se duerman un poco y me dejen respirar (la habitación sigue oliendo a humo), pero ya viven conmigo.
O soy yo quien vive en ellos.

No comprendo por qué sólo me enamoro de ti cuando el mundo 
huele a mojado, o tu camisa a loción para después del afeitado. Me aterra pensar que has encontrado a otra a la que mentirle diciéndole que de verdad te afeitas, (te enfadabas cuando me reía de ti, pero jamás te he visto más guapo que teniendo una barba de espuma blanca) o a la que dedicarle excusas para esos pequeños cortes que aparecían en las comisuras de tus labios. Espero que ella también te los bese para ocultar la felicidad de saberte todavía mitad niño, pero tendrás que enseñarla a adorar la forma en la que endurecías los abdominales para fingir que no te dolían mis golpes. (Si es que existe, deberías presentármela: tiene que saber quererte también cuando eres mullido.)

Tengo muchas cosas que confesarte, y ambos sabemos que no voy a decirte ninguna. Eres lo bastante listo como para saber que nunca voy a encontrar a nadie que me rompa el corazón mejor que tú, porque jamás te lo he dado del todo. Tenía miedo de que descubrieras que te he usado a veces como sinónimo de todas mis musas, puesto que no soy capaz de pensar en la seguridad sin imaginarme tus brazos, y jamás voy a perdonarme por tus nudillos. Creo que tu madre nunca ha confiado en mí, pero tu guitarra lleva mi nombre cuando la tocas enfadado, como si hicieras gritar a la música hasta que me doliera a mí el pecho. Tienes dos canciones terminadas y cuatro 
inconclusas, y no creo que nada supere al timbre de tu risa vibrando en mi nuca. Cuando no me matas, quererte me hace cosquillas en la punta del alma, de una forma tan extraña que parece que me estoy muriendo. Es que me has hecho llorar tanto que voy a empezar a sonreír de pena, y sabes qué poco me gustan las sonrisas.

¿Puedes dormir por las noches? Tomas tanta cafeína que no sé si me querías o sólo me dedicabas la adrenalina de tus venas. He oído que hay quien mata los monstruos, o se enamora de ellos, y a veces me arrepiento de haberte convertido en uno a ti. Quería hacerte feliz (creo), y ahora sólo me quedo en silencio mientras al otro lado de la línea te oigo golpear los muebles y cerrar de portazo tu habitación. Cuando gritas se te quedan mudos los ojos, y no me atrevía a contestarte que era éso por lo que arañaba las sábanas de madrugada, (te mentía diciendo que soñaba con sombras que me arrastraban hacia el fondo, y fieras con grandes colmillos. Y tú te quedabas más tranquilo.) Así que me esperaré a que estés mirando otros ojos para escribir que formas parte también mis pesadillas, porque cuando me da por pintarte de poesías recuerdo qué manera más precisa tenías de quebrarme la voz con una sola palabra. Yo te he dado mi invierno a cambio de que me dejes conservar mi frío. Puede que seas el mejor monstruo que he creado para que no me deje dormir.

Querría protegerte de mí misma, pero nos tengo miedo. He oído cómo te quedabas dormido, y cómo acariciabas la melodía con tus dedos. Te asusta la gente cuando aparece de la nada, (siempre pones esa cara que obliga a reír cada poro de mi piel) y haces hamburguesas caseras con exceso de picante, y aunque pierdes la mirada en la pared con expresión sombría cada mañana, se te traban las palabras cuando intentas decirme que esta noche estoy muy guapa. Verte apartar la vista e intentar conservar tu indiferencia casi consigue que te abrace.
Pienso que estamos bien juntos por separado.
Porque tú querrías borrarme las ojeras, y entonces no podría escribir. Yo intentaría calmar tu vacío, 
tranquilizar esa llama que te recorre la piel envenenándote los días de furia, que pierde tu tranquilidad y la convierte en rayos de ira que a veces cruzan tus labios y tus pupilas, y sé que no se puede. No sabrías besarme sin notar las heridas de mis labios, y nunca dejaría que descubrieras que hay partes de mi piel surcadas de infiernos. Podrías llegar a quererme sin que yo pudiera evitar envolverte con mi niebla. Nos volvería inmortales en cada folio porque estaríamos marchitándonos hasta reducirnos a los desconocidos que al cruzarse por la calle, recuerdan sus miradas.

Te he querido hasta el punto de odiarme.

Y, desconocido, mis lunes están lloviendo por ti

otra vez.

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